Decido mensajearte. "¿Estás libre?" "Sí." "¿Quieres ir a pasear?" "Ok."
Me despido de mi familia, mi hermano y mi mami ya saben que te veré; no les queda otra opción que aceptar mi decisión a pesar de sus claras expresiones de negativa. Camino en dirección al paradero de la combi, cubriendo cuatro o cinco cuadras en diez minutos, mirando adultos caminar, familias reunidas afuera de sus hogares, los borrachos afuera de una antigua bodega, los amigos conversando en las esquinas y los perros oliéndose entre sí. Subo a la combi blanco de franja violeta, pasa una hora de viaje interprovincial, voy a nuestro punto de encuentro en la Plaza Dos de Mayo, mirando las casonas incluidas la afectada por el incendio descubriendo el material de madera como un esqueleto. Camino en dirección al edificio de la CGTP y me paro delante del poste de luz, espero 15 minutos mirando a cada transeúnte que pasa por la esquina frente al punto de encuentro y soportando las náuseas de los nervios, al final te apareces, beso en la mejilla, beso en la mejilla.
"¿Qué tal?"
"Aquí". "Gracias por venir". Sonríes. Te digo para ir a Miraflores, aceptas sin rechistar. Caminamos a Tacna a un paradero del corredor azul, subimos al bus y conversamos de nuestras vidas: que mis prácticas en la biblioteca del CELACP me va bien, que estás dictando clases particulares a chicos y chicas de otras universidades, que aún no me siento bien al lado de mi amiga, que tus amigos te piden ayuda con los estudios, que aún estoy en cero con el marco teórico y tú aún sigues averiguando la cuarta dimensión. Bajamos en el óvalo, preguntas por el parque donde se ubican los gatos, te digo que estamos ahí, te asombras y se te escapa una sonrisa, a mí se aparece una; creo que es un acto involuntario, te digo para seguir caminando y dices que sí, así que caminamos por toda Larco, pasando Benavides, las librerías Crisol y SBS, en el camino me compro una gaseosa, avanzamos por los cafés y los restaurantes, Bembos y las casas de cambios a la vez que seguimos conversando sobre lo mismo de nuestros días. Cuando llegamos a Larcomar te digo para caminar por todo el malecón como yendo en dirección al Lugar de la Memoria, dices " Ok": caminamos.
"No es que la odie". Sorbo de Coca Cola. "No la quiero ver. Si la veo me quiero lanzar del puente". Le señalo el Villena. "Me quiero suicidar".
"Ya hablamos de eso".
Tus ojos demuestran preocupación. Volverás a decirme que soy especial para ti, que me quieres viva. Palabras que son sinceras para ti, pero para mí no, lo dices para controlarme; no te siento sincero. Si es así entonces porqué te sigo hablando, por qué sigo repitiéndome que eres mi amigo, porqué quiero que me abraces, si ya sé que todo lo que sale de ti es falso.
"Evítala. No me gusta verte así, no me gusta verte llorar". Porque te harta, conozco tu expresión cuando me ves llorar. Admítelo, te harta, te enojas, te aburres de mí.
Vuelvo a ver el Villena, sabes donde miro y me sigues.
"Para eso están las paredes, para que locas como tú no se quiten la vida".
¿Cómo diablos haces para hacerme reír? ¿En qué momento tus huevadas me dan risa?
Me acerco a las paredes plásticas del Villena, trato de mirar la Bajada Balta, los carros último modelo brillantes de colores serios-rojo, azul, negro, gris-llenan la autopista a la Costa Verde, la hierba y las flores fucsias alegran el acantilado donde personas por distintos motivos decidieron quitarse la vida. Me acuerdo del primer capítulo de un libro de Carmen Ollé. Habla del Villena y las personas que saltaron de ahí, los llama ángeles. Tal vez ángeles de la muerte. Sigo mirando la bajada y el mar azul contaminado de la playa hasta que oigo tu risa.
"Estás loca". ¿Cómo esa palabra que en mis épocas escolares fue un insulto me da risa? ¿Tal vez porque eres tú quien me lo dice?
"Me halagas". Sale una sonrisa cómplice.
"¿Aún quieres matarte?"
"Nah, a final de cuentas soy una cobarde".
"Lástima".
Sabía que me quieres ver muerta. ¿En serio decir eso me da risa? ¿Sabiendo que en el fondo me decepciona? Y pensar que hace unos minutos me querías viva.
"Me arrepentí".
"Jajaja".
"Solo evítala. Si no la quieres ver, no lo hagas".
"Meh". Otro sorbo a la Coca. "¿Crees que deba perdonarla?"
"Eso sólo puedes decidirlo tú".
"Es que no sé... Aún no lo olvido...me pidió disculpas y la perdoné porque ya pero después de lo sucedido la semana pasada como que...y ahora cuando hablamos todos los del salón en un chat grupal, cuando ella habla como que aggg, no la quiero ver: la quiero tratar mal, pero sé que si lo hago me sentiré horrible".
"No me parece bien que hagas eso".
"¡Exacto! Pero no la quiero ver. Estaré bien...pero si la veo siento que ese enojo volverá".
"Entonces no la veas".
"Odio esto".
Seguimos caminando por el malecón, pasando el Parque del Amor y el faro. Te agarro de la mano, te dejas. Me apego a tu cuerpo, te dejas. Te agarro del brazo, no te quejas. Entonces cuando me dijiste que cumples todos mis caprichos era cierto. Te huelo, tienes un aroma tan particular que me gusta. Siempre ha sido así desde que te conozco. Tal vez esa sea el motivo por el cual sigo a tu lado. Culpo a tus feromonas por deleitar mi olfato durante muchos años. Sigo hablando y sigues en silencio. Siempre dices "sí", "ok" o te ríes. Lo mismo sucede cuando hablas. Me apego más a tu cuerpo, mis pensamientos suicidas se desvanecen.
"Te extrañé".
"Yo también".
"Eres el mejor y lo sabes".
"Así decidas ya no hablarme siempre estaré a tu lado".
"Eso sonó a acoso...y a un psicópata".
Reímos. Otro sorbo a la Coca.
"Gracias por venir". Estoy muy cerca de tu boca. Si supieras cuantos versos y adjetivos le dediqué a esa boca. Quiero besarte, pero me contengo. Sabes que quiero besarte pero desde la última vez que hablamos respetaste mi decisión.
"Para eso están los amigos".
"¿Ya te he dicho que eres el mejor?"
"Sí".
Me alejo de tu boca y seguimos caminando en el malecón, creo que llegamos al inicio de la avenida Pardo o antes, dejando atrás mis deseos suicidas, mi desagrado hacia mi amiga, la Coca Cola en la basura y mis ganas de volver a besarte.
Al llegar a uno de los tantos parques que hay por ahí te dije para sentarnos en una banca porque mis pies empiezan a doler, aceptas, nos sentamos en una banca con vista al mar, las gaviotas vuelan sobre el malecón, con el cielo azul de la tarde y la hierba con las flores de diferentes colores creando un perfecto contexto para un paseo de dos amigos que se conocen de hace tiempo. Miramos el mar, el aire desordena mi cabello, respiro a profundidad y me calmo. Al final me atrevo a preguntarle:
"¿Y serás mi acompañante en mi graduación?"
"No me gusta usar terno".